Sí, la abruma el tiempo. La pone ansiosa mirar el calendario. Se muerde los labios cuando hace cuentas que implican el mañana. Baja la cabeza y cierra los ojos con fuerza para repetirse que ya mañana será mañana. Se siente bien cuando nota cuánto le ha crecido el pelo; cuando, en la ducha, se mira las uñas de los pies y percibe que el esmalte rosa ya va por la mitad; cuando le llega la regla y calcula qué fecha será cuando le llegue de nuevo; cuando se le termina la crema de manos o el shampoo o el desodorante o cuando hay que mercar de nuevo o cuando paga la renta y se da cuenta que sólo le falta pagar una renta más y piensa para dónde se va a ir cuando se termine el contrato. Su pecho se llena de ansiedad cuando se imagina ese día que espera con impaciencia, ese día en que se quite las preocupaciones de encima y pueda disfrutar, como los primeros días, de cada momento sin que las obligaciones le turbien el corazón ni se le cuelen en los sueños. Anoche no durmió bien. No se siente bien. Sin embargo no está sola y desde hoy podrá dormir abrazada a un saco rojo lleno de recuerdos y sueños.
Yo, al banquillo
Creo que es duro esto del autoconocimiento. Siempre había pensado que tenía claro quién era, qué me gustaba y qué no, que disfrutaba, qué me parecía duro o fácil o dulce o divertido... y qué ignoraba. Creo que en realidad el problema es que ignoraba demasiadas cosas de mí. Es como si aparte de la faceta que la mayoría de gente conoce y de ese lado que a alguien se le ocurrió llamarle "lado oscuro", hubiera otro recoveco demasiado iluminado como para ver lo que hay allí. Creo que siempre que pasaba por ese lugar, entrecerraba los ojos para tratar de disminuir ese dolorcito en la frente que causa la luz en unas pupilas ya acostumbradas a la oscuridad. Pero poco a poco he ido sacando cosas de allí y me he enfrentado no ya al dolorcito en la frente sino al dolorcito del desconcierto. Pude ver que no era tan egoísta como pensaba, ni tan insensible como durante tanto tiempo lo creí. No creo que esta experiencia me haya convertido en alguien débil porque me ha ayudado a desarrollar mi capacidad para el llanto, creo que lo que en realidad ocurrió fue que me demostró aquello dijo alguna vez un Maestro de teatro: "Estamos hechos de llanto". Lección aprendida. He descubierto lo que se siente extrañar a las personas, querer desesperadamente comunicarse con ellas, desear sentirlas cerca, rogar porque cuando uno regrese las pueda encontrar dónde uno las dejó (del cómo ya hablaremos después). He experimentado de cerca y confirmado con cierto dolor, el profundo miedo que siento ante la incapacidad, la rabia que me produce la impotencia y la innegable necesidad de libertad que llevo adentro. No me gustan las cohesiones, las exigencias me revuelven la panza y los plazos me dan dolor de cabeza. Muchas veces he sentido rabia ante ciertas reglas, no porque me parezcan infundamentadas sino precisamente porque no entiendo sus fundamentos. Tal vez si me explicaras a qué le tienes miedo yo podría entender porqué eres así conmigo; seguramente te diría que pienso que no confías en mí y que eso me parece injusto porque si es así es porque no te has dedicado a conocerme; y me dirías que en mí sí confías pero no cofías en otras cosas y no sé esto dónde vaya a parar porque no estoy segura de que me escuches, de ser capaz de plantearte esta conversación y de si serviría para algo. Tampoco entiende por qué eres así con ella, no se lo merece. Ya sabía que me dolían sus actitudes, pero he descubierto que tal vez pueda hacer algo para cambiarlas. He aprendido a ser amiga del tiempo, aunque no puedo evitar querer darle un empujón en ocasiones así como muchas veces quise también retenerlo. He hecho más consciente mi capacidad para hacer planes, tal vez por esto pase como una persona que quiere vivir en el futuro, e incluso a mí me parece un poco chiflado encontrame haciendo un presupuesto para viajar a Chocó en Octubre con Meli a ver las ballenas jorobadas. Pero me he dado cuenta también que son ese tipo de sueños los que me llevan a actuar y a superar muchas dificultades, además, por hacer planes como ese es que estoy en este lugar, confirmando una vez más lo que el ya citado Maestro de teatro me dijo: "Tu vida la sostiene un sueño". Que duro es el autoconocimiento, pero que lindo es darse cuenta que estás viviendo, que todo lo que te pasa te cambia, que creces.
Miedo es lo que se me sale por los ojos. Miedo por lo desconocido, por lo nuevo, miedo al futuro. Miedo de que las cosas me queden grandes, de no tener la capacidad de enfrentar algunos retos. Miedo al fracaso, al caos, a perder. Miedo es lo que se me sale por los ojos y me revienta la cabeza, lo que humedece mi almohada y moja los pañuelos. Miedo es lo que se combina con la ansiedad, con la incertidumbre, con la espera. Miedo es lo que se esconde bajo mi cama cuando me levanto y mi ocupo de mis actividades, y me hala los pies en la noche. Miedo es lo que se me quita cuando caigo en el sueño, cuando mis seres queridos se pronuncian, cuando los siento, los escucho y los veo. Lágrimas, eso es en realidad lo que se me sale por los ojos, aún cuando omito el miedo, porque es la materialización más pura de cuánto extraño todo lo que amo.
Fragmentito
Seminario de técnicas teatrales. Especificidad del Arte y del Teatro. Por: Rubens Correa
"Soy muchos aunque haya algo que permanece, y que llamamos personalidad. Pero nos cuesta aceptar que somos distintos de nosotros mismos, somos hijos del pensamiento idealista, nos dan cédula de identidad, lo que equivale a decir que soy idéntico a mi mismo, cuando tendrían que expedir cédula de transformación, porque me transformo permanentemente. Este yo es tan complejo, tan variable, que podríamos decir que es diferente de una situación a otra".
Dolor de Cabeza
A Clara le duele la cabeza. Se quita los anteojos y pone sus dedos en la sien. Se tapa el oído izquierdo para no escuchar la molesta respiración del chico rubio que observa a los docentes con la boca abierta. A la clase le faltan dos horas más... teoría. Clara odia la teoría. Una algarabía colectiva se genera de pronto en torno al orden de las escenas de una película. Clara siente que su cerebro está creciendo y que sus ojos son empujados hacia afuera. No quiere pensar, no puede, pero su cerebro sigue en actividad. El alegato se anula. Clara respira aliviada. El docente lanza una pregunta al aire. Clara siente que su cerebro palpita, que en cualquier momento se va a desmayar. Extrañamente la boca le sabe a chocolate, en su estómago se acrecienta un vacío, tiene naúseas. De repente miles de coloridos m&m's se disparan en todas las direcciones. A la dulce Clara se le ha estallado la cabeza.
Alas de tinta
La luz que coloniza la habitación ha despertado al joven. No abre los ojos aún con la esperanza de dormirse de nuevo. Espera en vano, demasiado claridad en el recinto y mucha sed en su garganta. Se levanta calmo y decidido, deja atrás las sábanas y las almohadas blancas, y camina descalzo hacia la cocina. Abre la nevera mientras silba el último tango que escuchó la noche anterior. El frío estremece su cuerpo desnudo, sólo viste unos boxer blancos. Saca la botella de agua y llena un vaso hasta el tope. Bebe un poco y lo llena de nuevo. Regresa a la habitación pero se queda parado en la puerta. Entre trago y trago recorre el cuerpo de la mujer que descansa al otro lado de su cama. Comienza por aquel pie de uñas vinotinto que se asoma por debajo de la sábana, sube por la pantorilla, la pierna y las caderas, que aunque no están visibles él las conoce de tiempo atrás, su textura y su tono bronceado. Él observa su serenidad, los rasgos de su rostro, su lunar inconfundible y fatal, sus delgados labios entreabiertos, su abundante cabellera que se esparce sobre la almohada y un poco más allá. Sonríe y pone el vaso con delicadeza en la mesa de noche. Se sienta en el lado vacío del lecho y con su mano, pero sin tocarla, pasea por aquel territorio que Benedetti llamaría orografía, y finalmente, se deja tentar por la textura del cabello y juguetea con unos cuantos rizos. Esa mano escurridiza descubre con suavidad la región de espalda comprendida entre los hombros de la dormida y se encuentra allí con una marca nueva, que conoció apenas la noche anterior y que por ello escapa al recuerdo de ese cuerpo que guarda celosamente en su memoria. Su propio cuerpo tiene también marcas nuevas. Más alla de pecas y lunares (que descubrió también extraños en el cuerpo de ella) y de quemaduras, raspones, callos y cicatricez propios de un cambio de vida, tiene una marca distinta pero igualmente imborrable. Una marca que dicidió portar el día que en una ciudad extraña de un país extraño se sintió completamente libre. Ella había hecho lo mismo, en un país distinto al de él y a kilometros de distancia de su ciudad natal, el día de su cumpleaños. Él roza, con las yemas de sus dedos índice y anular, aquella marca fascinantemente parecida a la suya. Sonríe al detectar la reacción de la piel. Ella gira la cabeza y lo mira, tranquila. Le da un beso en la boca y le toca el rostro, divertida por la barba que empieza a crecer. "¿Cuándo probamos nuestras alas?", le pregunta el joven. "Tu y yo volamos desde que nos conocimos", responde ella. Él la estrecha entre sus brazos y le susurra al oído: "Gracias por volar conmigo"
Paseadora
Cada día es más fácil sobrellevar el vacío de estos 70 mts cuadrados. El vacío de la sala, de la habitación, de la cocina.
Cada día es más fácil también acostumbrarme a dormir con la puerta del cuarto abierta para que Tamarindo no se ponga a llorar y a arañarme la puerta y por el contrario se suba a mi cama, que es para una persona y media, y amanezca enrollado en el espacio que dejan mis pies.
A mi perro salchicha, que me regalaron un domingo en Plaza Francia, le puse ese nombre porque lo hace especial, porque en el mercado no se consigue tamarindo y porque en esta ciudad de perros el mío seguramente es el único que se llama así.
No me quejo de la cantidad de canes bonaerenses, por lo menos a mí que vivo de pasearlos me hace bien. Eso sí, busco siempre tener un compañero de trabajo que se encargue de recoger los "regalitos". No es nada agradable caminar por la ciudad y encontrar mierda de perro en la mitad de la vereda o, peor aún, ser testigo ocular de la escena en la que el perro deposita y el dueño se hace el de las gafas.
Santiago es el nombre del flaco que me acompaña desde que el tico con el que había empezado lo de paseadora se fue para Montevideo después de que vimos en la calle un aviso de una promoción: "Mae, hasta Montevideo en barco por 35 pesos... yo me voy". Y a la semana siguiente dimos nuestro último paseo juntos con los perros de los miércoles al medio día. Me dijo que ya había conseguido a otro "mae" muy "chiva" para que trabajara conmigo y que me encontrara con él en el edificio de Juanita, Pomelo y Tigre (la schnauzer, el dálmata y el beagle), que recogíamos de primeros para iniciar la ruta del jueves a las 14.
Santiago es buena onda aunque habla poco. Sabe mucho de perros, o al menos es lo que percibo, cuando me cuenta cosas curiosas. "Aunque el bulldog francés es hoy un perro de compañía y disfruta jugando con los niños, hace un siglo en los bajos fondos de París lo adiestraban como perros de combate en apuestas clandestinas" - me contó el día que lo conocí y llevábamos más de 10 cuadras sin pronunciar algo más que el saludo-. Yo de las características históricas de los perros no sé mucho pero sñe que los fox terrier necesitan mucho ejercicio, que los dálmatas son muy agresivos, que los poodle ladran mucho y son los preferidos de las ancianas, que los labradores adoran a los niños y que me encantaría tener un golden retriever.
"El golden es un perro de buen comportamiento, inteligente y con un gran carisma, y además es fácil de entrenar", me dijo mi compañero. Su perro favorito en cambio es el beagle, "porque le gusta el aire libre y la compañía humana, es juguetón, poco agresivo y siempre está de buen humor. Algunos amigos me dicen que si yo fuera perro sería un beagle" - me comentó mientras amarrábamos algunas correas a los árboles del Parque Thays una bonita tarde a principios del otoño. Los domingos me los dedico a mí y a Tamarindo, vamos siempre a jugar a Plaza Francia y en ocasiones nos encontramos con su mamá. Pero hace rato que no damos un paseo largo, los días del otoño se han hecho consistentemente lluviosos y tampoco hemos podido sacar a los demás perros ni dejarlos correr en Plaza Las Heras ni tirarles una pelota en la San Martín.
Sin embargo cada día es más fácil sobrellevar el vacío. Acabo de responder al citófono y a abrirle la puerte del edificio a Santiago. Seguro trae vino de cuatro pesos, un cuarto de kilo de macitas secas con chocolate y un hueso de hule para Tamarindo. El salchicha ladra, se escucha la puerta del elevador, suena el timbre, miro por el orificio de la llave y veo un ramo de flores naranjadas. Me incorporo mientras pienso en las pocas flores que se ven en la ciudad en otoño. Abro la puerta. El vacío se mete debajo de la cama.
Ellos y Nosotros
Cómo no envidiar a los amantes si para ellos todo es un juego, si cada minutos juntos se presta para rozarse las manos, para reír de los chistes del otro, para agotar juntos su existencia.
Cómo no envidiar a los amantes, y más cuando su amor es furtivo, si para ellos cada tramo de oscuridad del camino es el momento apropiado para estrechar al otro estre sus brazos y decirle "yo estoy contigo"; si a la luz del día codifican su propio lenguajes y en la noche se inventan uno nuevo, si guardan bajo llave las declaraciones de amor que se les cuelan en los sueños y seles deslizan por la piel.
Cómo no envidiar a los amantes si se cuidan el uno al otro en la enfermedad, el miedo y la oscuridad, si buscan juntos una felicidad compartida que a veces requiere tomar camino individuales, si bailan aunque a alguno le falte ritmo y cantan aunque sólo uno tenga buena voz.
Cómo no envidiar a los amantes, y más cuando su amor es furtivo, si para ellos las gotasde lluvia, los colores del cielo y el ritmo de los tambores están llenos de singnificados y recuerdos; si su amor se alimenta de los aciertos del destino y de la suspicacia de sus decisiones; si son magos del tiempo y enemigos de la rutina.
Cómo no envidiar a los amantes si su respiración se hace una en las noches, si tienen la capacidad de incluir en sus sueños a quien duerme a su lado, si pueden desvelarse con el único fin de observar al otro y contagiarse de su serenidad.
Cómo no envidiar a los amantes, fugitivos o no, si pueden sentirse acompañados aunque estén solos, si han encontrado un pensamiento recurrente, un calor para el otro lado de su cama y un par de oídos extras para sus historias.
Cómo no envidiar a los amantes si ellos no tienen nada que envidiar.
que envidia de la buena! señorita esta muy perdida!!
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